«No hay mejor pago ni reconocimiento que los chicos te feliciten y te abracen»
Dio clases en todos los niveles, se jubiló recientemente y recibió el reconocimiento de pares, directivos y sobre todo alumnos. Le apasionaba el fútbol y la ingeniería electrónica, pero pudo más su amor por la música. Comenzó en la
Escuela N° 10 y el Jardín 902, pero durante casi tres décadas brindó sus conocimientos en diferentes establecimientos del Partido de Balcarce. «Estuve buscando siempre qué hacer para mostrarles la música y ahora me cuesta sacarme ese chip, quitármelo. Pero buscando ser yo y tratando de ser feliz mientras trabajaba».
Omar Cerono culminó sus estudios secundarios en la Escuela de Enseñanza Media y Técnica N° 1 (ex Normal), recibiéndose de Bachiller en Ciencias Sociales. Posteriormente debió cumplir con las obligaciones del Servicio Militar en Puerto Belgrano, en la división Infantería de Marina, tras lo cual en 1987 recaló en La Plata, lugar en el cual realizó toda la preparación en cuanto al lenguaje musical y audioperceptivo, durante cinco años.
«Me vine porque era muy difícil estar allá, me acuerdo que íbamos con mis compañeros con los que vivía a comprar a un supermercado donde te vendían hasta tres baguetes de pan negro. Yo para comer compraba Nestum, Quaker y leche, trataba de alimentarme de cosas nutritivas, sustanciosas y sobrellevar la crisis. Esos años fueron buenísimos porque La Plata es un lugar fabuloso para estudiar y también desde el punto de vista cultural, fue un momento muy rico para adquirir conocimientos de todo tipo», contó.
A su regreso a Balcarce ya se había abierto la Escuela de Arte, donde realizó tres años de estudio para recibirse como maestro de música y otro restante que le otorgó el título de profesor, allá por 1995. De todos modos no era lo que ambicionaba, personalmente pretendía capacitarse en arreglos musicales y componer, de hecho lo hizo también. Pero al mismo tiempo le gustaba la mecánica y electrónica, por lo que siempre estaba en contacto con la tecnología del sonido, algo que comenzó a frecuentar desde pequeño, como descubriéndolo de manera personal.
«Nunca fui a un profe particular de música, empecé como autodidacta y así seguí hasta que me fui a La Plata, a los 19 años. Siempre tuve la necesidad de búsqueda, por esa razón continué estudiando sonido, tecnología del sonido y adquiriendo aparatos modernos como para hacer música e involucrarla en esto de la educación musical. De chico me fui dando cuenta que tenía más especialidad en desarmar la música y encontrar cómo estaba hecha: qué hacía la batería, qué hacía el bajo, qué hacía la guitarra, qué hacía el teclado y demás. Por lo menos en las músicas más populares a las que yo tenía más acceso. Después estudié guitarra, un poco de piano y soy autodidacta de otros instrumentos como el ukelele, charango, contrabajo, bajo eléctrico e inclusive algunos que voy fabricando. Uno tiene que investigar y lograr sacar algo con esos instrumentos», manifestó.
EMOCION Y GUITARRA
Inicialmente sus intenciones eran las de estudiar ingeniería en electrónica, que es algo que más le apasiona. Pero para mediados de los ‘80 tocaba la guitarra en algunas agrupaciones, algo que tuvo un significado muy fuerte en lo emocional para él, porque componía música y las canciones eran tocadas por sus amigos. «Compartíamos el trabajo de cada uno y el producto final era de todos. Me decidí por estudiar música, en casa no estaban muy de acuerdo con eso».
Se fue a La Plata y no tenía guitarra, pero un amigo, Guillermo Giola, le prestó la suya y así estuve ese año. En su casa se dieron cuenta que realmente le interesaba y su madre le compró una guitarra en cuotas, con la cual terminó su carrera. «La verdad muy agradecido a mi mamá, a mi papá no le gustaba la idea pero después lo aceptó. Mi mamá estudió piano y mi papá tiene un oído fabuloso, como gran parte de la familia, por lo que seguro lo heredé de ahí», añadió.
PRIMEROS TRABAJOS
Sus primeros trabajos como educador musical fueron en la Escuela Primaria N° 10 y en el Jardín 902. De ello le brotan los recuerdos, pero especialmente uno que lo marcó a fuego: «el día que fui a la asamblea a tomar las horas que había en la Escuela 10, se acerca la directora y me da un abrazo. Era ‘Quiqui» Galindo, estaba feliz que yo había tomado las horas en esa escuela. Eso fue muy significativo para mí, porque el afecto, el amor que me entregó esa directora me propició ser yo como docente, como persona, en mi profesión, como músico. Con su afecto me dio la seguridad que yo necesitaba para darme cuenta que podía ser importante dando clases de música. A partir de ahí me di cuenta que si en algún lugar no me dejaban dar clases como yo tenía pensado, no iba a estar».
Y del Jardín 902 también guarda hermosas vivencias: «maestras buenísimas, la directora, la vicedirectora, la secretaria, la auxiliar. Me atendían como si fuera un pollito y ellas eran las mamás que te abrazaban, fue un momento excepcional para mí».
Párrafo aparte se llevan sus alumnos, de ambos establecimientos. Los recuerda a la gran mayoría y hoy, cuando se encuentra con algunos en la calle, les hace acordar que fue su profesor. «No recuerdo los nombres de todos, pero sí que pasé por sus vidas y que para mí fueron importantes».
AMPLIO RECORRIDO
Su labor docente lo condujo por las escuelas primarias 2, 10, 13, 19 de Los Pinos, colegios Parroquial, Santa Rosa y San José, Escuela de Educación Secundaria Técnica N° 1, Escuela de Arte y jardines 901, 902, 906, 911 y 913. Y también cumplió tareas en una guardería para chicos de meses hasta 2 años.
«Lo bueno es que no le saqué el trabajo a nadie, todos los lugares en los que tomé horas es porque no había gente, eran puestos que se creaban o personas que se jubilaban y se iban. Fueron amplios los niveles en los que estuve. Y las diferencias se van acentuando a medida que a uno le van pasando los años, porque las generaciones son diferentes, el entorno es distinto para esas personas que se están formando. Lo que puedo decir es que hace 28 años tengo puesto un buscador de estrategias, de plantearme cosas para hacer con los más chiquitos, con los de primaria, con los de secundaria o a nivel terciario. Estuve buscando siempre qué hacer para mostrarles la música y ahora me cuesta sacarme ese chip, quitármelo. Pero buscando ser yo y tratando de ser feliz mientras trabajo», mencionó Cerono.
JUBILACION, MUSICA
Hace algunos días, llegó la etapa de la jubilación de la docencia, esa que lo contuvo durante casi tres décadas y a la que tanta dedicación le aportó. Y se llevó quizás el premio que más le llega a una persona: «haber sido reconocido por los chicos es el significado más grande. Porque uno en el día a día buscaba ese reconocimiento del director, compañera de trabajo y por ahí no lo tenías. Sin embargo, todo el alumnado te reconoce, entonces no hay mejor pago ni reconocimiento que los chicos te feliciten y te abracen. Ese es el pico máximo de la trayectoria de la educación musical, en este caso».
Con el cierre de una etapa, cuenta con mayor espacio de tiempo para delinear sus futuras actividades, aunque hay una que seguirá presente. «Desde los 14 años empecé a tocar música y nunca he dejado, lo hice en agrupaciones de baile, de rock, folclóricas. Hasta el día de hoy sigo tocando y nunca dejé de hacerlo en simultáneo con el trabajo que venía haciendo. Eso no pienso dejarlo, vendrán otras cosas y ahora tengo tiempo de pensar. Debo descansar porque siento dolores en las piernas, dolores musculares y todo este envión de tantos años me ha indicado que tengo que hacerle una revisión al cuerpo. Y después pensaré en qué seguir», señaló.
SUS DOS PASIONES
Fanático del fútbol, jugó hasta su adolescencia en Amigos Unidos y es nieto de Antonio Cerono, nombre que lleva el estadio de la entidad «tricolor». Pero dejó su pasión por la redonda debido a su otro gran amor, la música. Dice que no toleraba la competitividad entre los integrantes de un mismo equipo, aunque luego en su otro ámbito también le tocó experimentar vivencias similares. «Pero en la música sabíamos que el producto final iba a ser un todo y no había quien ganase o perdiese en el grupo».